Hoy es día de Superclásico. Día de pasiones encontradas, de penas y alegrías. Y luego una noche y una semana de cargadas… y huidas. El fútbol es parte de nuestra identidad como argentinos y lo vivimos con mucha pasión. Sería tan lindo que le pusiéramos la misma pasión a las cosas que tienen que ver con el bien común… pero ese sería un tema para otro día. Hoy es un día en que un tercio del país se enfrenta deportivamente al otro tercio del país, mientras el tercer tercio busca desesperadamente algún noticiero que se digne informar como va el equipo de sus amores.
El fútbol solo es un deporte, que nos hace pasar lindos momentos y nos distensiona frente a los problemas y angustias de la vida. No puede ser y no debe ser más que eso.
Como deporte, hay muchas personas que lo practican, ya de manera profesional o amateur. Algunas de ellas están en la vidriera y se transforman en causa de admiración o imitación para muchos.
Hablar de fútbol en la Argentina trae a la memoria muchos nombres. Tal vez el más emblemático, entre nosotros y en el exterior, sea el de Maradona. Un genio haciendo gambetitas y dando pases. Esto hasta el punto de ser premiado por una Universidad como experto en brindarle alegría a los hombres.
Pero junto a todo esto, la otra cara de Maradona. La del hombre que se dejó vencer por las drogas. Con cuanta tristeza recordamos esa imagen suya, esposado, preso, con la cara volada por el vicio. Con cuanta tristeza recordamos sus entradas y salidas de muchas instituciones dedicadas a la rehabilitación de los adictos. ¡Como nos dolía la destrucción progresiva de esa persona que tantas alegrías nos había dado!
Por todo esto, como nos alegró profundamente su aparición en un programa de televisión esta semana. Allí dijo que hacía más de un año que no tomaba drogas. Y eso se le notaba en su cara, en su mesura y en la emoción con la que contaba como iba a acompañar a su hija a un Festival de Cine internacional. Nos emocionó verlo y escucharlo así. Sobre todo, porque descubrió donde está el secreto de la vida feliz. El decía en ese programa que “he perdido mucho tiempo en entender que la felicidad pasaba por otras cosas: en el amor, en el cariño, en bancar a mis hijas. Pero de aquí en adelante, ni un segundo más”. Se ha reencontrado con su padre y con su familia y le agradece a Dios tener la posibilidad de abrirles su corazón. El decía que “hoy estoy canalizando todo el amor a mis hijas. Antes tenía dinero y no tenía tiempo. Hoy tengo menos dinero y más tiempo, para gozar de un partido, de mis hijas, para disfrutar.”
Hoy es domingo, día para encontrarse con Dios y con la familia. Que el ejemplo de este hombre, que perdió tanto tiempo buscando la felicidad donde no estaba, nos ayude a darle la verdadera dimensión a todas las cosas, incluso al superclásico.

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