Luego de dedicarle un capítulo a la Jerarquía la Constitución dogmática Lumen Gentium se detiene en los “fieles cristianos llamados laicos”. También le dedica todo un capítulo (el número 4). En la introducción del mismo (N° 30) explica el porqué de esta razón:

"Si todo lo que se ha dicho sobre el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y clérigos, sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, por razón de su condición y misión, les atañen particularmente ciertas cosas, cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor cuidado a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo."

¿Cuáles son las especiales circunstancias de nuestro tiempo? El Padre Cantalamessa (en esa historia de la Evangelización que hiciera en sus predicaciones de Adviento y que les puse a disposición en este link) nos lo resume así:

"De forma paralela a la aparición sobre la escena, de un nuevo mundo por evangelizar, hemos asistido a la vez a la aparición de una nueva categoría de anunciadores: los obispos en los tres primeros siglos (sobre todo en el tercero), los monjes en la segunda oleada y los frailes en la tercera. También hoy asistimos a la aparición de una nueva categoría de protagonistas de la evangelización: los laicos. Evidentemente, no se trata de la sustitución de una categoría por otra, sino de un nuevo componente del pueblo de Dios que se une al otro, permaneciendo siempre los obispos, con el papa a la cabeza, como guías autorizados y responsables en última instancia, de la tarea misionera de la Iglesia."

El siglo XX se puede considerar como el siglo de la irrupción de los laicos en la vida de la Iglesia como evangelizadores de derecho pleno. A esta experiencia la recoge el Concilio y la potencia en este capítulo de la Lumen Gentium (y en muchos otros de sus documentos que… ya iremos tratando a su debido tiempo).

En la misma introducción hace una especie de advertencia frente a una de las grandes tentaciones: la clericalización de la vida eclesial:

"Los sagrados Pastores conocen perfectamente cuánto contribuyen los laicos al bien de la Iglesia entera. Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios (“ministrationes”) y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común."(30)

Hecha la introducción, los Obispos conciliares se dedican a la tarea de responder “¿qué es un laico?”. Los estudiosos del tema dicen que hacen una “definición tipológica”: esto es una descripción de los elementos que lo caracterizan. Para ello especifican los tres elementos constitutivos del laico:

El básico: que le viene de su pertenencia a la Iglesia a través del bautismo.

El negativo: que no es ni sacerdote ni religioso.

El distintivo: su peculiar relación con el mundo secular.

Leamos todo el punto desde esta perspectiva:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde.

El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Pues los miembros del orden sagrado, aun cuando alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso ejerciendo una profesión secular, están destinados principal y expresamente al sagrado ministerio por razón de su particular vocación. En tanto que los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor.”(31)

El laico es un “fiel cristiano”. Esto es lo mismo que decir que es alguien que se ha encontrado con Jesucristo, ha recibido sus palabras como camino para la propia vida (discípulo) y ha aceptado la salvación que lo ha transformado a través del bautismo. El laico así forma parte con derecho pleno en la vida de la Iglesia. Todo lo que hemos comentado ya sobre el Pueblo de Dios lo posee: a su modo participa de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (esto lo describirá en tres puntos un poco más adelante). Es la novedad cristiana la que lo configura como nueva humanidad llamada a renovar desde la Pascua a toda la humanidad.

El elemento negativo ayuda a comprender por oposición la propia identidad. Laico sería el que no tiene el sacramento del Orden Sagrado. Luego el Código de Derecho Canónico será más explícito:

“Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.” (207)

El Concilio también lo distingue de otros “laicos cualificados” que han realizado una consagración de vida especial y viven en comunidades bajo una regla de vida común: los religiosos y las religiosas.

Establecidas estas condiciones y diferencias, el Concilio afirma la identidad. Lo propio y peculiar de los laicos es el “carácter secular” de su existencia. Notemos que no es exclusivo sino peculiar: los sacerdotes pueden tener también una “profesión secular” pero la ordenación de su existencia está hacia el ministerio eclesial.

Una explicación sobre esta identidad la dio Juan Pablo II en Christifideles Laici:

"La novedad cristiana es el fundamento y el título de la igualdad de todos los bautizados en Cristo, de todos los miembros del Pueblo de Dios: «común es la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la perfección, una sola salvación, una sola esperanza e indivisa caridad». En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia.

Pero la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. El Concilio Vaticano II ha señalado esta modalidad en la índole secular: «El carácter secular es propio y peculiar de los laicos».

Precisamente para poder captar completa, adecuada y específicamente la condición eclesial del fiel laico es necesario profundizar el alcance teológico del concepto de la índole secular a la luz del designio salvífico de Dios y del misterio de la Iglesia.

Como decía Pablo VI, la Iglesia «tiene una auténtica dimensión secular, inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su raíz en el misterio del Verbo Encarnado, y se realiza de formas diversas en todos sus miembros».

La Iglesia, en efecto, vive en el mundo, aunque no es del mundo (cf. Jn 17, 16) y es enviada a continuar la obra redentora de Jesucristo; la cual, «al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal».

Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, «es propia y peculiar» de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión «índole secular».

En realidad el Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: «Allí son llamados por Dios». Se trata de un «lugar» que viene presentado en términos dinámicos: los fieles laicos «viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida». Ellos son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su significado. Es más, afirma que «el mismo Verbo encarnado quiso participar de la convivencia humana (...). Santificó los vínculos humanos, en primer lugar los familiares, donde tienen su origen las relaciones sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso llevar la vida de un trabajador de su tiempo y de su región».

De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana. En efecto, los fieles laicos, «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad». De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios».

Precisamente en esta perspectiva los Padres Sinodales han afirmado lo siguiente: «La índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo en sentido teológico. El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales».

La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular.

Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva." (15)

Cuando Juan Pablo II nos hablaba de la índole secular no solo como una realidad antropológica y sociológica sino también teológica y eclesial del laicado explica aquello que el Concilio ponía como fundamento: “la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad”. Es la vida teologal la que nos constituye como miembros plenos y activos del Pueblo de Dios… nuestra identidad más profunda. La identidad más profunda del laico.

Sobre todo esto hablaremos hoy en nuestro programa de radio Concilium (FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.

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