Entren por la puerta estrecha” (Mt 7,13) ¿Cuál es la puerta estrecha?

Una primera mirada, tal vez desde la perspectiva un tanto “mundana”, es vincular la puerta estrecha al “sacrificio” de hacer cosas difíciles o heroicas. Puerta estrecha sería, así, mi lucha contra las cosas que me propone el mundo, haciendo hincapié en aquello de “MI lucha”. Puerta estrecha sería una constante ascesis en busca de purificación, ya sea por las obras propias de virtudes adquiridas o por los ritos realizados a favor de la divinidad.

Pero el tema de la puerta estrecha va por otro lado. El énfasis de la frase está en la puerta estrecha y no en mi actitud de entrada en ella. Esa puerta existe y (segundo paso) por eso yo la hago mía. La puerta me es dada y yo la acepto. La puerta es Cristo (Jn 10,9): su presencia, su amor, su sacrificio, el don de su Espíritu. Así entrar por la puerta estrecha no es hacer una vida de sacrificios personales. Entra por la puerta estrecha es escucharlo, amarlo y seguirlo. A Él.

Y aquí se juega la vida. No sólo la terrena sino, sobre todo, la eterna. Elegir la puerta que es Jesús significa elegir la vida eterna. Elegir otra puerta significa elegir la muerte. (Confrontar los textos de Deuteronomio 30,15-20 y Juan 14,6)

Ahora bien, no es fácil elegir a Jesús. Y menos aún continuar en su camino. Supone una libertad constantemente renovada por el amor. Amor que es el don de su Espíritu y la respuesta de mi espíritu. Sólo así es posible no sucumbir frente a las tentaciones de falsa felicidad que constantemente resuenan en nuestros oídos.

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