Estaba el pobre de Francisco en la destruida capilla de San Damián. De pronto oye una voz, no sabe si desde lo profundo de su corazón o desde el Cristo que estaba entre las ruinas. Lo que sí estaba seguro es que era la voz del Señor que le daba una Palabra profética, una orden: “Francisco, reconstruye mi Iglesia… ¿no ves que se derrumba?”.

Y el pobrecito de Asís se lo toma al pie de la letra: comienza a reconstruir los muros de la arruinada capilla rupestre. Y se le van los días, y varios meses. Hasta que se da cuenta de que lo que tiene que reconstruir es la Iglesia Institución… que se derrumbaba por la corrupción de las costumbres.

Destruyendo estructuras

El problema, cuando nos damos cuenta de la corrupción en la Iglesia, es por dónde comenzar a reconstruirla. Y nuestra primera opción es encontrar el culpable de tamaña ruina. En esto somos muy expertos. Todos. Porque todos sabemos exactamente dónde está el problema: en el otro.

“Los laicos son unos comodones que no se juegan por el Evangelio y transan con los criterios del mundo”… diríamos los curas.

“Los curas son unos chantas, ninguno tiene olor a ovejas”… dirían los laicos.

“El problema son las estructuras de poder, que no nos dejan vivir bien nuestra fe”… diríamos curas y laicos.

Y si, sabemos cuál es el problema pero no podemos resolverlo porque no está a nuestro alcance: es el otro el que tiene que resolverlo. Y el otro está demasiado cómodo como para mover un dedo y cambiar el orden de las cosas…

El camino de Francisco

Más allá de que construyera un templo material o, iluminado luego por la Palabra, reconstruyera el Templo Espiritual, Francisco detectó el verdadero origen del problema que destruía a su Iglesia. El problema soy yo, diría Francisco, yo que no vivo en verdad las enseñanzas de Jesús. Yo que tengo una vida cómoda y me olvido de mi prójimo.

Y reconstruyó la Iglesia reconstruyendo su propio corazón. Sin levantar el dedo a nadie más que a su propia iniquidad. Así se hizo santo… así hizo realidad el mandato que el Señor le diera en medio de esa capilla en ruinas.

Nuestra Iglesia sigue necesitando de los Franciscos que se animen a empezar por el propio corazón, a levantar menos el dedo acusador al otro y a dirigirlo hacia el propio corazón. Y, estoy totalmente convencido, yo el primero.

La enseñanza de Pablo VI

Muchos siglos después, un gran Papa del siglo XX, nos decía en qué consiste la evangelización, es decir, la tarea de los bautizados que somos la Iglesia:

“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo (Cfr. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (Cfr. Ef 4,23-24; Col 3,9-10). La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama (Cfr. Rom 1,16; 1 Cor 1,18; 2,4), trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.” (EN 18)

Cambiar el corazón y no las estructuras… el camino de siempre… el camino de Jesús. Tan fácil… ¿no?

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2 Comments

  1. Me encanto la propuesta!! quisiera saber como se trabajo en la convivencia este tema, Francisco reconstruye mi iglesia, para trabajar con los jovenes en el colegio, ya que en la novena a San Francisco me toca este tema, desde ya muchas gracias. Ana