Uno llega a ese momento y sabe lo que tiene que hacer. Miro el contenido del carrito y descarto la cola de la caja rápida. Entonces un rápido golpe de vista a las colas y la inspección de los contenidos más o menos abundantes del resto de los clientes. Una elección, siempre en medio de las dudas. Y a permanecer estoico, esperando el lento avance de la propia fila, contemplando como avanza a pasos agigantados la de al lado y descubriendo que me faltaron comprar varias cosas, pero no tengo ganas de dejar la cola para ir a buscarla (sobre todo, no tengo ganas de comenzar este proceso que es el que más odio de las compra en el supermercado: las colas de caja).

En ese momento, un grito infantil me saca de la contemplación cuasi mística y cuasi metafísica en la cual me encuentro. Era un matrimonio que conozco un poco de hace mucho tiempo atrás. La madre, con su hija de unos 11 años terminando de comprar algo de ropa. El padre, con un niño de un año en brazos haciendo la espera en la cola del cajero, a unos escasos cinco metros de la mía. El gritito era de su tercer hijo. O segundo porque tenía entre tres y cuatro años. Estaba sobre el changuito. No se que había pasado, pero el padre, haciendo gala de su fuerza, lo toma de los botones de su campera y, con mucha destreza, lo levanta por el aire y lo pone muy despacio en el piso. El niño comienza a protestar. Llegan la madre y la hermanita. Mi cola se pone en movimiento, así que le dejo de prestar atención.

Al ratito escucho que el niño decía algo y el padre solo musitaba: “No”. Suave, pero firme. No tan suave, el niño insistía. Trato de no mirar mucho porque se que es el momento más incómodo de un padre en el mercado. Al poco tiempo veo que la discusión sigue igual, pero el niño ya está subido en el carrito, puesto allí seguramente por el papá para que no le arme tanto escándalo. Ya no miro tanto, pero escucho los berrinches del niño y los no, suaves pero firmes del padre. Cuando desvío la mirada observo que la madre observa con gesto de preocupación y el padre se acerca a la góndola que está cerca del changuito y toma una golosina. No miro más, pero entiendo todo: el niño se ha calmado, con toda seguridad, porque consiguió lo que estaba necesitando. Mi turno en la caja me saca de todo esto y me hace abrir mi billetera para ingresar a otro mundo: el de las deudas a saldar.

Al niño solo le bastó un poco de protesta escandalosa para conseguir lo que estaba necesitando. Al padre le faltó decisión para hacer primar el orden y educar a su hijo en la distinción de lo necesario frente a lo meramente caprichoso (o, diríamos, propio de una cultura del consumo desenfrenada). Esa fue mi reflexión en su momento

Pero, más allá de la moraleja de la anécdota, el hecho me volvió hoy a la memoria con todo lo que está pasando en Buenos Aires (capital y ahora conurbano). Para quien me lo reproche, sepa de antemano que yo se también que el problema social es muchísimo más complejo en su resolución que el problema de la educación uno o unos hijos. Lo cual no deja de impresionarme la manera "análoga" entre el relato del padre y su hijo protestón con el de las tomas de tierras (fiscales y privadas) que se están haciendo.

Partamos de las diferencias. El niño protestaba por una golosina que no necesitaba, más allá de su capricho del momento. La toma de tierras no hablan de caprichos sino de necesidades básicas insatisfechas: la de una vivienda digna (más allá de los chantas que se aprovechan de la ocasión). Cuando las cifras oficiales nos dicen que la pobreza y la indigencia disminuyen en un país que no solo crece a altas tasas (de la mano de la soja) sino que tiene como modelo el “crecimiento con inclusión social”, entonces nos estalla en la cara un problema que vuelve a poner de manifiesto que la frazada es corta: abriga a los acomodados y destapa a los pobres. Aquí los pies destapados se traducen como hacinamiento en villas (incluso con alquileres desorbitados por una miserable habitación donde amontonan su existencia más de cinco personas, con suerte). Esta es la gran diferencia: el pobre que hace la usurpación no es igual a niño que protesta por una golosina.

Ahora una semejanza. El niño sabe que si protesta en un contexto de exposición pública conseguirá lo que desea, salvo que sus padres se pongan muy firmes y se aguanten las miradas de los que los rodean. El asentamiento de Villa Soldatti es el “gran ejemplo a imitar” (y que ya se está imitando): si se quiere conseguir algo hay que tomarlo y luego negociar. Es la política de los hechos consumados como principio de solución a los problemas. Bueno, esto no es tan nuevo. Simplemente es nuevo que el gobierno nacional salga salpicado por el tema. Antes era problema "de los otros".

La cuestión es mucho más compleja de lo que estas pobres líneas pueden abarcar. Hay necesidades básicas insatisfechas (o, para usar las palabras de moda: derechos humanos violados) en muchísima más gente de la que se quiere reconocer. Las protestas no son destituyentes aunque están siendo fogoneadas por punteros políticos (ojo, incluso oficialistas K). ¿Cómo se solucionan? No con parches como son los planes sociales o las promesas de viviendas estatales o créditos hipotecarios para adquirirlas. Hay una palabra que se dejó de usar hace mucho, mucho, pero mucho tiempo. Y es la clave de esta cuestión: justicia social. ¿Se dan cuenta que los peronistas, que hicieron un culto de ella y son gobierno en toda esta década, dejaron de usarla? Bueno, no es necesario usar el concepto porque estamos en medio de un  modelo  de “crecimiento con inclusión social” (ironía, aclaro para los lectores literalistas).

Como no hay una cultura de la justicia social entonces, como el niño en el supermercado, hay que hacer berrinche para lograr algo que, ciertamente, no calma las necesidades básicas insatisfechas pero... me entretiene un rato. Ya lo decía Discepolo en su Cambalache: “El que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Claro que el describía a la década infame: escibió el tango en 1934. Después vendría el Peronismo y la realidad social de los "cabecitas negras" cambiaría de raíz...

Esto tiene final abierto.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

6 Comments

  1. Me quedó la reflexión que hizo sobre el padre, al que le faltó decisión para hacer primar el órden y educar a su hijo... Comparándolo con la toma de terrenos, falta la política de estado y como consecuencia, falta de justicia social, las leyes no se cumplen, un estado ausente, que no da buen ejemplo, no educa para el bien y, por si esto fuera poco, un ministro que dice que usurpar un terreno no es delito...
    También Discépolo decía en Cambalache "Es lo mismo un burro que un gran profesor"... Pobre, él mismo militó el peronismo y quedó extremadamente decepcionado por esa ideología, que lo llevó hacia una profunda depresión y luego su muerte.

    1. Padre: ma había olvidado de felicitarlo por el cambio de la página y me encanta la cara para nada feliz que aparece sobrer mi nombre.Parece que me conociera. Ja, ja, ja, así soy, es mi retrato, ja, ja...

      1. Se llama gravatar y lo genera automáticamente el blog si vos no tenés uno registrado. El mío es una lechuza.

      2. Todos los días se aprende algo nuevo. No tengo uno registrado así que queda ese, es el ideal. Gracias de todas maneras.