Ha concluido el segundo periplo latinoamericano de Benedicto. Primero la "mariana" México y luego la "atea" Cuba. Los adjetivos van entre comillas porque siempre se quedan cortos para describir la realidad. Pero creo que son acertados en cuanto a la percepción que tenemos los católicos de a pié de ambos países.

No voy a hacer grandes reflexiones sobre el tema (sobre todo porque con el cambio de parroquia no he seguido mucho las enseñanzas del Papa). Pero les comparto algo que me pareció digno de destacar.

En cuba, en una Misa ante 300.000  personas en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, cuyo texto completo pueden leer desde aquí, enseño esto:

El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la verdad que hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos, como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de la cruz. El encuentro personal con quien es la verdad en persona nos impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el testimonio.

Queridos amigos, no vacilen en seguir a Jesucristo. En él hallamos la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él nos ayuda a derrotar nuestros egoísmos, a salir de nuestras ambiciones y a vencer lo que nos oprime. El que obra el mal, el que comete pecado, es esclavo del pecado y nunca alcanzará la libertad (cf. Jn 8,34). Sólo renunciando al odio y a nuestro corazón duro y ciego seremos libres, y una vida nueva brotará en nosotros.

Convencido de que Cristo es la verdadera medida del hombre, y sabiendo que en él se encuentra la fuerza necesaria para afrontar toda prueba, deseo anunciarles abiertamente al Señor Jesús como Camino, Verdad y Vida. En él todos hallarán la plena libertad, la luz para entender con hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor.

La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27). Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo. Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo animar a las instancias gubernamentales de la Nación a reforzar lo ya alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana.

El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las generaciones futuras.

Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar.

Claro que esto no nos llama la atención a los miembros de un país libre como es la Argentina (podemos discutir grados de libertad, pero nadie puede negar que exista). Por eso es interesante el testimonio de contraste que hace este otro escrito que les comparto. Pertenece al blog "Desde aquí" del periodista cubano Reinaldo Escobar (también la foto que ilustra este artículo).

La visita de Benedicto XVI a nuestro país nos puso a recordar los tiempos en que el ateísmo duro y puro se imponía como política oficial. En muchos trámites aparecía con frecuencia la pregunta sobre la fe religiosa con el propósito de -en caso afirmativo- tomar decisiones al respecto. En solicitudes de empleo o para aspirar a una carrera universitaria, un ascenso laboral, un viaje al extranjero o para ingresar a las milicias.

“¿Tiene usted alguna religión? ¿Cuál? ¿La practica? ” eran más o menos las interrogantes. Los creyentes más honestos (o los más ingenuos) afirmaban su fe, muchas veces sin prever las consecuencias. Otros, imbuidos de la idea de que la religión se lleva por dentro y no es necesario exhibirla, decían que no o dejaban en blanco la respuesta.

Recuerdo los días en que concluíamos la construcción del edificio “de microbrigada” donde aun vivo. Fui elegido por los trabajadores para integrar una comisión que analizaría el mejor derecho de los aspirantes a ocupar la vivienda. Si mal no recuerdo, yo era el único comisionado que no era militante del partido comunista. Nos entregaron una planilla donde había que anotar cuidadosamente los datos de cada una de las personas aspirantes a vivir en el nuevo inmueble: nombres y apellidos, sexo, edad, centro de trabajo o estudio, nivel escolar, pertenencia a las organizaciones revolucionarias, si algún miembro de la familia había salido del país o si había sido sancionado por algún tribunal. Había que anotar además si se poseían efectos electrodomésticos, los muebles que tenían y otros detalles sobre el estado en que se encontraba la vivienda en el momento de la inspección. Sí, porque los miembros de la comisión teníamos que inspeccionar y al final, dejar por escrito nuestras valoraciones.

En la última página de la planilla, en el inciso B del Punto II, se abría un espacio para mencionar y describir los objetos religiosos que eran visibles en la casa inspeccionada. En el centenar de hogares visitados no apareció ni un solo corazón de Jesús, ni una postalita de la virgen, ni un solo rincón de Elegguá, ninguna cazuela con Oschún.

Han transcurrido 26 años de aquellos sondeos y ahora en el recibidor de nuestro edificio han puesto un cartel para invitar a creyentes y no creyentes a la misa que Benedicto XVI hará el próximo miércoles en La Habana. Por suerte ninguno de los que entonces creían cometió la ingenuidad (la honestidad) de dejar a la vista aquellos “objetos religiosos” que nosotros debíamos pesquisar. Ellos los ocultaron, yo conservé la planilla.

Los comentarios de mi parte, frente a este contraste de escritos, creo que no son necesarios. Solamente agradecer a Dios porque parece que los cubanos están de vuelta con respecto a descubrirlo, aceptarlo y adorarlo en público.

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