Luego de repasar las menciones a la Virgen María en la Sagrada Escritura, la Lumen Gentium nos presenta un apartado en el cual estudia la relación de María con Cristo y luego con la Iglesia. Leamos lo que nos enseñan los Padres Conciliares.

Primero se parte de la manera correcta de comprender la función mediadora de María. Un dato no menor ya que la ubica frente al papel totalmente distinto del de Cristo. Pero lo que se dice es importante para evitar la idolatrización de la Virgen, en un contexto de excesos piadosos que cometemos los católicos y, a la vez, de dialogo con los hermanos separados surgidos de la reforma protestante. Para eso se reconoce que el único puente entre Dios y los hombres es Jesús, el Verbo Encarnado. Y la afirmación es tajante:

“Uno solo es nuestro Mediador según las palabra del Apóstol: «Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos» (1 Tm 2, 5-6).” (LG 60)

El papel de María está en orden a esa única mediación y brota de su peculiar rol en la historia humana: su maternidad divina.

“Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres

no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo;

se apoya en la mediación de éste,

depende totalmente de ella

y de la misma saca todo su poder.

Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta.” (LG60)

Esta maternidad divina le permitió una especial “cooperación” con su hijo que la transforma en madre de los hombres en el orden de la gracia:

“La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia.”(LG 61)

Esa especial maternidad, que le confió su hijo al pié de la cruz (Jn 19,26-27), se continúa en la situación en la que ella está ahora: desde el cielo sigue cumpliendo su misión de madre espiritual de la humanidad:

“Esta maternidad de María en la economía de gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador.” (LG 62)

Para comprender esta especial mediación de María hace una analogía (comparación) con el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio común y sacramental de los cristianos:

Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor; pero así como el sacerdocio Cristo es participado tanto por los ministros sagrados cuanto por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente.” (LG 62)

Por eso la verdadera devoción a María, la recomendada por la Iglesia, es la que considera a la Virgen un camino para llegar a Jesús:

“La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María,

la experimenta continuamente

y la recomienda a la piedad de los fieles,

para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.” (LG 62)

Aclarada la relación de la mediación maternal de María, subordinada a la única e irreemplazable mediación de Cristo, los Padres Conciliares nos enseñan la correspondencia que hay entre la Virgen y la Iglesia. Para eso, en primer lugar, se detiene en afirmar que María es “tipo” de la Iglesia. Expresión que significa “modelo, ejemplar, símbolo representativo de algo figurado” y que fuera usada ya en el N° 53, como ya explicáramos. Ahora se detienen en presentar como María nos explica lo que es la Iglesia en sí misma:

“La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo.

Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre.

Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al mensajero de Dios, dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno.

La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios.

Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera.” (LG 63- 64)

Por último, hay una propuesta de parte del Concilio (renovada propuesta de la Iglesia a lo largo de milenios, diríamos) de ofrecer a María como modelo de virtudes para nosotros los cristianos:

“Mientas la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos.

La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo.

Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre.

La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y buscando y obedeciendo en todo la voluntad divina. Por eso también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles.

La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres.” (LG 65)

Sobre todo esto hablaremos con más detalle hoy en nuestro programa de radio Concilium (a las 22.00 hs por FM Corazón, 104.1 de Paraná). Bienvenidos todos los aportes y sugerencias.

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