Los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) coinciden en presentar una enseñanza de Jesús sobre la condición para ser discípulo. A veces los cristianos pecamos por seguir la primera parte de esa enseñanza sin darle el marco de referencia que es la segunda parte.

Veamos como lo presenta Mateo:

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.” (Mt 16, 24-25)

Cargar la Cruz

Jesús pone esa condición para ser discípulo. Y para que quede claro, Lucas nos recuerda que es “cada día”. Y esto es a imitación del maestro. Cargar la cruz tiene el primer significado, que se entendió luego de los acontecimientos de la Semana Santa, de asumir el sufrimiento y el dolor como parte del plan salvífico de Dios. Así Jesús, luego de pedir que sea alejado el cáliz del dolor, acepta totalmente la voluntad del Padre.

Para la tradición cristiana el cargar la cruz ha significado aceptar que en la vida no podemos evitar lo doloroso. No significa buscarlo voluntariamente, lo que haría un enfermo como es el masoquista, ni tampoco resignarse pacientemente, lo que sería propio del fatalista. Significa descubrir que está y es parte de la vida cotidiana. Y aceptarlo de esa manera.

Hoy se ha absolutizado la búsqueda del placer como el fundamento de todas nuestras actividades. A esto se le dice hedonismo. Y eso, no solo es imposible de lograr (lo cual nos introduce en la desilusión y la desesperación), sino que nos anula las fuerzas interiores que debemos tener para, no solamente sobreponernos, sino vivir con la cruz.

La luz de la Pascua

Caro que el contexto de cargar la cruz Jesús lo pone cuando nos habla de “perder” o “ganar” la “vida”. Así que no nos invita a tener una mirada resignada al momento presente, mirada hecha de un heroico aguante construido sobre la buena voluntad para sufrir. Él nos invita a mirar el final de la vida, pero con la esperanza de que existe una Vida, así con mayúscula. A esto le dice Reino de Dios o Vida Eterna. Nosotros, siguiendo sus enseñanzas, sabemos que hay Cielo e Infierno (Mt 25). Y queremos el Cielo y deseamos que no sea ni nuestro ni de nadie el infierno.
Esta esperanza en que podemos habitar la Casa del Padre nos viene de la Pascua: Jesús murió, pero el tercer día resucitó y… ¡está vivo!!! Así cargar la cruz significa tener un horizonte de esperanza que la transforma totalmente. Ese fue el testimonio del Apóstol Pablo:

“Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

De esa manera, la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida. Pero teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios. Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno.” (2 Cor 4,7-18)

La alegría que da la cruz gloriosa

El Papa Francisco nos invita a vivir la alegría del Evangelio. Y nos da estas razones:

Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).” (EG 6)

Hay muchas maneras de vivir esta cruz, de acuerdo a la etapa del camino espiritual en la que se está transitando como discípulo. Los que comienzan simplemente aguantan la cruz, sobre todo como consecuencia del pecado original y consecuencia de sus propios pecados personales. Quienes van caminando como discípulos la aceptan como un medio para seguir a Cristo y vivir las virtudes. Quienes ya están crecidos en la fe tienen la actitud de abrazarla y pueden decir con pablo aquello de “completo en mi carne los dolores que faltan a la pasión de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia.” (Col 1,24).

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2 Comments

  1. Padre Fabián Castro gracias por su enseñanza hasta hoy escuche su mensaje pues me llego a la basura de mi iPad no se porque ,quisiera pedirle sea tan amable de enviarme la continuación por favor .Esta en mi ORACION
    UNIDOS EN ORACION EN COMUNION CON JESUS Y MARIA ,PADRE DIOS LO BENDICE